El bogomilismoEl primer gran hereje medieval, Bogomilo, apareció en la Bulgaria del siglo X. La cristianización de los búlgaros ya habÃa empezado durante el reinado del rey Boris I, a mediados del siglo IX, pero no fue hasta el gobierno del rey Simeón I, en tiempos del Primer Imperio Búlgaro, cuando se promovió una Iglesia ortodoxa búlgara independiente. Bogomilo se dio cuenta de la corrupción de los monjes, del clero bizantino y de la jerarquÃa búlgara que habÃa accedido al poder. La depravación de la vida monástica, y el comportamiento de sus miembros, fue un factor clave del éxito del movimiento iniciado por Bogomilo, un sacerdote de pueblo que deberÃa haber iniciado su predicación en la comunidad en la que vivÃa. Sus seguidores pronto formarÃan un movimiento que se conocerÃa como bogomilismo.
El bogomilismo fue una fe dualista. El dualismo suponÃa la existencia de dos dioses: uno bueno y otro malo. Para ellos, el diablo habÃa sido el creador del mundo y, como consecuencia de este hecho, el mundo terrenal era maligno: hacÃa falta rechazar los placeres fÃsicos y materiales. Los dos dioses no eran seres equivalentes y eternos, sino que el diablo también era un ser creado o subordinado a otro dios, que era el verdadero. Esta creencia era conocida como dualismo mitigado. El bogomilismo patrocinaba una vida de pobreza y celibato; una vida monástica. Lo más significativo, o el hecho que más los apartaba de la Iglesia oficial ortodoxa, era que negaban la validez de los Sacramentos -como el agua del Bautismo o el pan y el vino de la EucaristÃa-. Como eran elementos que procedÃan del mundo terrenal y, por lo tanto, creados por el diablo, no eran ni dignos ni convenientes para el culto. Los bogomilitas creÃan en un Dios celestial, no humano: el cuerpo de Cristo no habÃa sufrido la crucifixión, porque no era real; tan sólo era aparente. De esta manera, Cristo no habÃa nacido de la Virgen ni habÃa tomado carne mortal -a esta creencia se la llama cristologÃa docetista-. Era inaceptable, asà pues, venerar la reliquia de la cruz y aceptar los milagros de Cristo; era el diablo quien realizaba los milagros para engañar a la humanidad. También rechazaban a los profetas y a los santos venerados por la Iglesia ortodoxa porque creÃan que el diablo estaba asociado con el Dios del Antiguo Testamento. Sólo tenÃan en cuenta las enseñanzas del Nuevo Testamento y las doctrinas de Cristo, las cuales consideraban puras y verdaderas. Incluso predicaron que Juan el Bautista era el precursor del Anticristo.
Aunque la figura de Bogomilo es oscura, por los pocos datos que se tienen de él, fue el iniciador de las grandes herejÃas que surgirÃan poco tiempo después en Europa. La versión de la fe cristiana que predicaba atrajo a muchos búlgaros; y el rechazo hacia la Iglesia establecida no sólo dejó una fuerte impresión en Bulgaria, sino también en el continente europeo. Tanto el dualismo como la crÃtica de la jerarquÃa eclesiástica señalaron el resurgimiento de la herejÃa a lo largo del Mediterráneo y anunció su reaparición en la Europa latina por primera vez desde la Antigüedad.
Esteban y Lisois Una de esas herejÃas apareció en Orleans durante el siglo XI. Esteban y Lisois eran dos canónigos respetables que predicaban, secretamente, doctrinas influenciadas por el bogomilismo. En su secta -un cÃrculo elitista de clérigos- era primordial la revelación, a través de la cual llegaban al verdadero conocimiento de la palabra de Dios, y la imposición de manos -ritual de iniciación de origen bogomilita y transmitido con posterioridad a los cátaros-. También rechazaban los Sacramentos y las enseñanzas de la Iglesia, y practicaban una doctrina docetista. Para ellos, el Bautismo no limpiaba el alma del pecado, y la EucaristÃa era inútil. Un vasallo del duque Ricardo II de NormandÃa, Arefast, fue el que descubrió esta secta, al infiltrarse como miembro.
Como tantas otras herejÃas, Esteban y Lisois propagaban una visión personal de las escrituras sagradas que se alejaba de la Iglesia tradicional, a la que criticaban su interpretación errónea. Esteban y Lisois fueron depuestos de su cargo y, junto con los otros miembros de su secta, quemados en la hoguera. Se eliminaban asà los primeros rastros del resurgimiento de la herejÃa. No obstante, ésto sólo reflejaba el inicio de las prácticas heréticas en Europa, que volverÃan a aparecer con fuerza durante el siglo XII y serÃan aún más dramáticas sobre la religión y la sociedad medieval.
Enrique el MonjeSegún Michael Frasetto, Enrique el Monje fue el auténtico fundador de una alternativa cristiana. Muchas de sus ideas se encontraban en el movimiento de Reforma Gregoriana, el partidario más enérgico de la cual fue el papa Gregorio VII. Era evidente que, desde hacÃa muchos años, la Iglesia necesitaba una renovación espiritual: hacÃa falta volver a implantar una vida acorde con lo que decÃan los Evangelios y luchar contra los grandes vicios de la Iglesia, entre los que destacaban la simonÃa, es decir, la compra-venta de cargos eclesiásticos; y la poca ejemplaridad del clero. Era necesario volver a la pobreza apostólica y a la pureza sexual o celibato.
Enrique el Monje empezó a predicar en Le Mans esos excesos del clero y a difundir un mensaje anticlerical. En 1135 se encontraba en Arles, y en 1139 en el Languedoc. Era un predicador errante, poseedor de un espÃritu reformista y grandes dotes retóricas. Como los bogomilos, también rechazaba la doctrina de los Sacramentos, pero no era tan radical como aquellos: para él, el problema residÃa en el hecho de quién era la persona que los administraba; por ejemplo, en la EucaristÃa. Enrique el Monje querÃa eliminar el papel intermediario del sacerdote. En el matrimonio tampoco hacÃa falta un intermediario para dar validez al acto sagrado; tan sólo hacÃa falta el consentimiento de las dos personas implicadas. El Bautismo, según él, no se justificaba porque el niño no habÃa llegado a la edad de pensar por sà mismo y no podÃa aceptar libremente la fe ni ser responsable de los pecados que pudiera haber cometido. Evidentemente, si criticaba la intermediación de un sacerdote para la administración de los Sacramentos, Enrique el Monje también era contrario de la confesión. DefendÃa que los pecados debÃan confesarse mutuamente, como se hacÃa en tiempos de la Iglesia primitiva -incluso rechazaba las iglesias como lugar de reunión-. Enrique intentaba crear una nueva interpretación de la fe basada en los Evangelios y en las enseñanzas de Jesús. ExigÃa una reforma moral del clero, para que vivieran de manera apostólica y no acumularan riquezas ni obtuvieran beneficios económicos.
En 1135, durante el Concilio de Pisa, fue condenado por herejÃa y confinado en un monasterio, del cual salió diez años más tarde para ir al Languedoc -una región que se convertirÃa en la protagonista de una de las herejÃas más difÃciles de erradicar del siglo XII, el catarismo-. Su vuelta a la actividad culminarÃa hacia el 1145, cuando finalmente fue capturado de nuevo y encarcelado, muriendo poco tiempo después. Las predicaciones de Enrique el Monje rebelan un fuerte trastorno de insatisfacción con la Iglesia y sus representantes. La denuncia de los excesos del clero y el rechazo de algunas de sus doctrinas influenciarÃan a nuevos herejes aparecidos a finales del siglo XII bajo unas nuevas condiciones culturales, sociales y polÃticas. Será ahora, durante la segunda mitad del siglo XII, cuando aparecerÃan los movimientos heréticos más importantes de la Edad Media.
Los valdensesEl movimiento valdense apareció en Lyon. Su lÃder era Valdo, un comerciante católico y practicante, casado y con dos hijas. Un dÃa recibió el consejo de un amigo que le decÃa que si querÃa vivir de acuerdo con Dios debÃa vender sus bienes y darlos a los pobres; de esta manera irÃa al cielo. Valdo se lo tomó al pie de la letra. Distribuyó sus posesiones entre los pobres y empezó una vida de pobreza apostólica. Sus ideales eran los de pobreza y predicación, lectura de los Evangelios y crÃtica de los excesos del clero. Sus seguidores -llamados los pobres de Lyon- aspiraban a una existencia a imitación de la de Cristo. De hecho, Valdo, aunque sus creencias no se ajustaban exactamente a las de la Iglesia oficial, siempre quiso la aprobación de la alta jerarquÃa eclesiástica.
Valdo creÃa en la Trinidad y en Dios como creador de todas las cosas. Aceptaba el Antiguo y el Nuevo Testamento y la doctrina de los Sacramentos. Por estos motivos se oponÃa a los cátaros, que predicaban una fe dualista. Debido al auge de los valdenses, se convocó un concilio en Lyon, donde Valdo profesó su fe y se aprobó la ortodoxia del grupo. El problema fue que pronto se produjo la ruptura: parece ser que continuaron predicando en exceso y algunos de los miembros del grupo se volvieron demasiado radicales, predicando sermones anticlericales e incluso adoptando influencias cátaras. Todo esto acabó por provocar la ruptura definitiva con la Iglesia católica y un cambio de orientación hacia las herejÃas: a partir del decreto
Ad abolendam de 1184, el proceso de supresión y eliminación de las herejÃas pasarÃa a ser administrado centralmente, y ya no competirÃa a los obispos locales. La implantación de la Inquisición y el patrocinio de la Cruzada albigense serÃan los testimonios más feroces de la persecución de las disidencias a partir de este momento. Valdo fue excomunicado, pero el movimiento valdense, que cada vez tenÃa un crecimiento más espectacular, continuó predicando sin el permiso de la Iglesia. Al final de su vida, Valdo vio como sus "pobres" adoptaban posturas claramente heréticas y agresivas contra el clero, al contrario de lo que él habÃa predicado desde un inicio. Siempre quiso reconciliarse con la Iglesia y devolverla a su pureza evangélica. Prueba de ello fue su compromiso con la doctrina cristiana y su lucha contra los cátaros, a los que consideraba como sus enemigos.
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