Milán: Día 1
El pasado 12 y 13 de marzo estuve de visita en Milán. No es que encabezara mi lista de ciudades europeas por visitar; antes están Edimburgo, Múnich y Viena, por ejemplo. Pero sí que tenía muchas ganas de ver su catedral. El Duomo de Milán siempre me ha parecido una obra maestra arquitectónica, un edificio majestuoso, sublime, magnífico... Distinta de las grandes catedrales francesas, pero equiparable a ellas en cuanto a suntuosidad. Así que no pude desaprovechar la ocasión de visitarla cuando apareció, inesperadamente, la oportunidad. Porque fue decirlo y hacerlo. Compré los billetes de avión sin apenas haber reflexionado sobre el dinero que me gastaría o sobre qué más podría visitar en la ciudad. A medida que iba preparando el viaje, me di cuenta de que Milán ofrecía mucho más de lo que esperaba. Si aún no habéis estado, podréis comprobar, por los textos y las fotografías, que es una ciudad que vale mucho la pena visitar. Si se tiene la oportunidad de estar más días, es también muy interesante acercarse al norte, en la región de los lagos, o realizar alguna excursión a Bérgamo, o incluso a Venecia.
Empiezo, entonces, la crónica de este viaje. Los textos explicativos que acompañan las imágenes (todas hechas por mí), los he extraído de la guía Milán y los lagos, publicada por El País Aguilar. Esta guía, que es magnífica, la llevé en todo momento. No dudéis en consultarla si alguna vez os acercáis a Milán.
Nuestro vuelo salía de Barcelona a las 7:20 horas de la mañana. Sólo disponíamos de dos días, así que teníamos que aprovechar al máximo todo lo que nos fuera posible. No sé qué me ocurrió en esta ocasión, pero me mareé cuando despegó el avión. Suerte que el viaje era corto. A las 8:55 horas ya estábamos en el aeropuerto de Milán Malpensa, y media hora después cogíamos el tren (el Malpensa Express) que nos llevaba directamente, sin paradas, a la estación de Cadorna, a unos 15 minutos a pie del Duomo. Desde la estación bajamos por la Via Dante, pasamos por la Piazza Cordusio y la Via Mercanti, y llegamos, a las 10:30 horas, a la Piazza del Duomo:
Via Dante, una calle comercial del centro histórico de Milán. Al fondo se aprecia el Castello Sforzesco, que visitamos al día siguiente.
Piazza Cordusio, a pocos metros del Duomo. Me sorprendió muchísimo la gran cantidad de tranvías que hay. Y no sólo eso, ¡sino que transitan por las mismas vías que los coches!
Via Mercanti, calle contigua a la Piazza Cordusio, con el Duomo de fondo. A la derecha se encuentra la Piazza Mercanti, una preciosísima plaza medieval.
Piazza Mercanti
En este rincón medieval, donde se celebraban acontecimientos públicos y cívicos, estaba instalada la cárcel. Puede verse el Palazzo delle Scuole Palatine (1645), en cuya fachada están las estatuas de San Agustín y del poeta latino Ausonio. El Palazzo dei Panigarola, a la derecha, reconstruido en el siglo XV, se utilizaba como registro de documentos públicos. En el centro de la plaza hay un pozo del siglo XVI.
Como he dicho, a escasos metros de la Piazza Mercanti se encuentra la Piazza del Duomo, cuyo encanto puede verse en estas fotografías tomadas desde las terrazas de la catedral. He decidido dedicarle una entrada especial al Duomo, así que, de momento, me la reservo para cuando termine esta crónica de dos días. ¡Os he preparado un reportaje fotográfico que no tiene desperdicio! Del interior de la catedral no, porque al ser tan oscura no salían bien las fotografías (y además se tenía que pagar 2€ para hacerlas), pero sí del exterior: de las esculturas, de las gárgolas y de las puertas de bronce. Os reiréis de mí, pero visitar el Duomo fue casi una experiencia mística.
Una vez visto el Duomo, nos dirigimos a la Galleria Vittorio Emanuele II, que está justo al lado. Nunca había visto una calle comercial tan elegante. Otra maravilla arquitectónica acompañada de buenos restaurantes (cenamos una pizza en uno de ellos) y excelentes tiendas de ropa de marca: Gucci, Luis Vuitton, Prada... Ya sabéis que Milán es una de las capitales de la moda. Y eso, al menos en el centro, se nota en casi cada rincón.
Mientras hacíamos tiempo para visitar nuestra siguiente parada, el teatro de La Scala (porque había cerrado a las 12 y hasta las 13:30 horas no volvía a abrir), dimos un paseo por los alrededores. Cerca del teatro se encuentra la casa en la que vivió el escritor Alessandro Manzoni (1785-1873), autor de Los novios, su obra más conocida y que ya tengo ganas de leer. Según la wikipedia, es el primer exponente de la novela italiana moderna y, con la Divina Comedia de Dante Alighieri, es considerada la obra de literatura italiana más importante. La novela transcurre en Lombardía, entre 1628 y 1630. Cuenta la historia de los prometidos Renzo y Lucía, quienes se ven separados por maquinaciones criminales y que tras varias aventuras vuelven a reunirse al final. Destaca igualmente por la extraordinaria descripción de la peste milanesa de 1630.
Galleria Vittorio Emanuele II
La Galleria es un elegante pasaje comercial cubierto, con tiendas, cafeterías y librerías. Su construcción -supervisada por el arquitecto Giuseppe Mengoni- comenzó en 1865, y fue inaugurada dos años más tarde por el rey Vittorio Emanuele II, de quien recibe el nombre. Fue diseñada para conectar la Piazza del Duomo con la Piazza della Scala, y formaba parte de un ambicioso proyecto de desarrollo urbano.
Casa Manzoni
En esta casa vivió el conocido autor italiano Alessandro Manzoni desde 1814 hasta su muerte, en el año 1873, causada por una caída en los escalones de la iglesia de San Fedele. El interior se encuentra perfectamente conservado. En la planta baja puede verse el estudio del escritor, donde recibió a Garibaldi en 1862 y a Verdi en 1868. Al lado está la habitación donde el escritor y poeta Tommaso Grossi tenía su oficina de notario, mientras que en la primera planta está el dormitorio de Manzoni. La casa es ahora la sede del Centro Nacional de Estudios de Manzoni, fundado en 1937. Cuenta con una biblioteca con obras del autor y estudios críticos de las mismas, y con la biblioteca de la Sociedad Histórica Lombarda, con más de 40.000 volúmenes. La fachada de ladrillo da a la Piazza Belgioioso, que recibe su nombre del monumental palacio.
Casa degli Omenoni
Ocho telamones, a los que los milaneses llaman omenoni, son el elemento más sobresaliente de esta casa-estudio construida por el escultor Leone Leoni en 1565. El artista coleccionó numerosas obras de arte, entre las que sobresalen cuadros de Tiziano y Correggio y el famoso Codex Atlanticus del humanista Leonardo da Vinci. En el relieve bajo la cornisa hay una referencia a Leoni que representa la Calumnia desgarrada por los leones.
Otro de los lugares de visita obligada, cuando se va a Milán, es, sin duda, el teatro de La Scala. Todos hemos oído hablar de su importancia, y de las grandes óperas que se estrenaron en su auditorio, como Norma, de Vincenzo Bellini, Nabucco, de Giuseppe Verdi, o Turandot, de Giacomo Puccini. No obstante, el exterior es realmente decepcionante. Y eso se debe a que fue bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial y reconstruido con posterioridad. No puedo opinar lo mismo del interior, que es magnífico, como veréis. La entrada también incluye la visita al museo, fundado en 1913, en el que pueden contemplarse instrumentos musicales, esculturas, pinturas y cerámicas relacionadas con la historia del teatro, libros y ropa antigua utilizada en algunas funciones. La Scala, en mi opinión, no se puede comparar con la Ópera Garnier de París. Quizá sí por su importancia, pero no por su esplendor.
La Scala
La
Scala fue construida por Giuseppe Piermarini entre 1776 y 1778. Su
nombre se debe a que está edificado sobre los terrenos de la iglesia de
Santa Maria della Scala. Fue afectado por los bombardeos de 1943 y
reconstruido tres años más tarde. Después de una profunda restauración y
la incorporación de un nuevo escenario diseñado por Mario Botta,
reabrió en 2004. La apertura de la temporada operística siempre tiene
lugar el 7 de diciembre, día de San Ambrosio, el patrón de Milán. El auditorio está construido en madera
revestida de terciopelo rojo y decorado con estucos dorados. El interior
tiene una magnífica acústica y una capacidad para 2.015 espectadores.
El escenario, con 1.200 metros cuadrados, es uno de los más grandes de
Italia. El foso orquestral se construyó en 1907. Hasta entonces, la
orquesta tocaba tras una balaustrada en el mismo nivel que la platea.
Fachada principal de La Scala
Piazza della Scala con la Galleria Vittorio Emanuele II a la derecha.
Piazza della Scala. En el centro hay una gran estatua de Leonardo da Vinci.
Vestíbulo y auditorio del teatro. En el momento que fuimos a visitarlo estaban ensayando una obra que nos pareció un tanto peculiar.
Terminada la visita de La Scala, aún nos quedaban muchas horas por delante. En nuestro
planning ponía que era hora de visitar la
Pinacoteca Ambrosiana, uno de los museos más importantes de Milán, junto con la Pinacoteca de Brera (que visitamos al día siguiente). La Pinacoteca Ambrosiana se encuentra muy cerca del
Duomo y conserva diversas obras maestras. Por ellas, ya vale la pena pagar los 15€ que cuesta la entrada. Sí, carísimo. Por ejemplo, el
Retrato de un músico, de Leonardo da Vinci, el enorme boceto de
La Escuela de Atenas de Rafael, la
Adoración de los magos de Tiziano, la
Madonna del Padiglione de Botticelli, el
Cesto de fruta de Caravaggio, algunas pinturas de Jan Brueghel, como la
Alegoría del agua o la
Alegoría del fuego, y diversos cuadros de Bernardo Luini, Guido Reni o Giovanni Battista Tiepolo. Fue curioso, porque en una vitrina tenían los guantes que llevó Napoleón en Waterloo. ¿Serían verdaderos? Estamos en Italia, así que, como os podéis imaginar, la gran mayoría del arte que vi fue religioso. Me parece que estuve a punto de soñar con
madonnas sosteniendo al niño.
En la Pinacoteca Ambrosiana no sólo pudimos ver todos estos cuadros. En su preciosa biblioteca también se expone una parte del
Códice Atlántico de Leonardo da Vinci. Tiene gracia, porque la otra parte se encuentra en la Sacristía de Bramante, en la iglesia de Santa Maria delle Grazie. Si también se quiere ver esa parte, se tiene que pagar por separado (aquí ya no entramos, con una de las partes tuvimos suficiente). Según la
wikipedia, el Códice Atlántico (Codex Atlanticus) es una colección encuadernada de dibujos y escrituras de Leonardo da Vinci que tiene doce volúmenes. Consta de 1.119 hojas que datan de 1478 a 1519, tratando de una gran variedad de temas: vuelo, armamento, instrumentos musicales, matemáticas y botánica. Eran unas hojas realmente interesantes; el problema es que apenas eran legibles: Leonardo escribía con una letra demasiado pequeña.
Aquí podéis ver una muestra.
Pinacoteca Ambrosiana
Esta galería de arte fue fundada en 1618 por el cardenal Federico Borromeo, primo de San Carlos y su sucesor en el cargo de la archidiócesis de Milán. Verdadero conocedor de las artes, Borromeo planificó la pinacoteca como parte de un enorme proyecto cultural que incluía la Biblioteca Ambrosiana, inaugurada en 1609, y la Accademia del Disegno (1620), donde estudiaban los jóvenes artistas de la Contrarreforma. La pinacoteca, creada con el propósito de inspirar a los artistas en ciernes, contenía 172 pinturas. La colección se amplió después gracias a las donaciones particulares.
Caravaggio
Cesto con frutas (1596)
Botticelli
Madonna del Padiglione (1493)
¡Pues no! Aún no hemos terminado. Con el cansancio que ya arrastraban nuestros pies, y nuestra espalda (porque llevábamos la mochila a cuestas todo el rato), teníamos una cita a las 18:15 horas en el refectorio de Santa Maria delle Grazie. Allí nos esperaba
La Última Cena de Leonardo da Vinci. Antes que nada, os advierto que si alguna vez queréis visitarla, debéis comprar la entrada con antelación. La pintura está muy deteriorada y, por este motivo, restringen la visita: grupos de 25 personas cada 15 minutos. La entrada puede comprarse en
la página oficial, probar suerte el mismo día de la visita, por si hay alguna cancelación de última hora, o comprarla, como hice yo, en alguna página web que aún tuviera
tickets para ese día. Me costó porque, además, tuve que intercambiar un montón de
emails en inglés con la persona responsable, pero al final pude comprarla. Para llegar a la iglesia, pasamos por el Corso Magenta, otra bonita zona comercial, con sus tiendas elegantes y sus edificios históricos.
Santa Maria delle Grazie
Esta
famosa iglesia, diseñada por Guiniforte Solari, se construyó entre 1463
y 1490; dos años más tarde, Ludovico el Moro pidió a Bramante que la
convirtiera en un mausoleo familiar. Cuando Ludovico perdió su poder, en
1500, los dominicos continuaron decorando la iglesia asistidos por el
tribunal de la Inquisición, que se había trasladado aquí en 1558. La
restauración no comenzó hasta finales del siglo XIX. En 1943, una bomba
destruyó el claustro principal, pero el ábside y la sala donde se
encuentra
La Última Cena de Leonardo permanecieron milagrosamente intactas; la labor de restauración ha continuado desde entonces.
En
el exterior, destaca la amplia fachada de ladrillo de Solari. La puerta
fue diseñada por Bramante y va precedida por un porche soportado por
columnas corintias. En el luneto hay una pintura de Leonardo da Vinci
que representa a la Virgen entre Ludovico y su esposa, Beatrice d'Este.
Al entrar en la iglesia puede apreciarse el contraste entre la nave de
Solari, reminiscente de la arquitectura gótica lombarda, totalmente
cubierta de frescos y con arcos ojivales, y el diseño del ábside de
Bramante, más grande, mejor iluminado y casi desnudo de elementos
decorativos. Una puerta a la derecha conduce al pequeño claustro
conocido como
Chiostrino delle Rane por las ranas de la fuente central.
No voy a negar que la pintura impresiona. Es única la experiencia de estar delante de una obra maestra que ha dado tanto que hablar. Se ha especulado hasta la saciedad, por ejemplo, sobre su significado: que si San Juan, situado a la izquierda de Jesús, es en realidad una mujer. Más aún, que es María Magdalena. Sacad vuestras conclusiones. Leonardo da Vinci se llevó este misterio (si es que en realidad lo es) a la tumba. En la pared de enfrente se ubica otra pintura, la
Crucifixión de Donato Montorfano. En esta densa composición, la Magdalena, desesperada, se abraza a la cruz, mientras que los soldados de la derecha se juegan a los dados la túnica de Cristo. En ambos lados de la obra, Leonardo añadió los retratos, ahora casi invisibles, de Ludovico El Moro, su esposa Beatrice y sus cuatro hijos, así como su firma y la fecha (1495).
La Última Cena de Leonardo da Vinci
En esta obra maestra, pintada para Ludovico El Moro en el refectorio de Santa Maria delle Grazie, entre 1495 y 1497, Leonardo plasma el momento justo después de que Cristo pronunciase las palabras
uno de vosotros me traicionará. El artista capta el asombro de los apóstoles de una forma notablemente realista. Técnicamente no es un verdadero fresco, pero fue pintado con témeperas, lo que proporcionó más tiempo a Leonardo para conseguir los matices sutiles propios de su obra. La sala fue usada como establo en la época napoleónica, y resultó dañada por los bombardeos de 1943. Afortunadamente, la obra se salvó porque había sido protegida con sacos de arena. No fue la humedad, sino el método utilizado por Leonardo -tempera forte-, lo que causó el deterioro inmediato de
La Última Cena. Ya en 1550, el historiador de arte Vasari la calificó de
borrón deslumbrante y la dio por perdida. Desde principios de 1726 hubo varios intentos de restauración, pero retocando el cuadro sólo se consiguió dañarlo más todavía. La séptima y última restauración que se ha llevado a cabo terminó en la primavera de 1999.
Cuando salimos del refectorio (se conoce como Cenacolo Vinciano) eran las 18:30 horas. En nuestro
planning ya no figuraba ningún sitio más por visitar. Además, a esa hora estaban todos los museos y palacios cerrados. Sólo podíamos ir a tomar algo (como así fue) y a pasear. Volvimos a la Piazza del Duomo, para ver la catedral iluminada de noche, y cenamos en un restaurante de la Galleria Vittorio Emanuele II. Hoy tocaba probar la pizza, mañana la pasta. Cuando terminamos, emprendimos el camino hacia el hotel, que estaba situado a 20 minutos a pie, aproximadamente, del
Duomo. El camino nos sirvió para pasear por el Corso Vittorio Emanuele II y por el Corso Venezia, donde podían verse tiendas de marca, algunas con unos precios, como es lógico, desorbitados. En el Corso Venezia también había multitud de palacios que alegraron mi vista para terminar bien el día.
Corso Vittorio Emanuele II
La calle comercial más importante de Milán, antiguamente llamada Corsia dei Servi (calle de los sirvientes).
Corso Venezia
Antes
conocida como Corso di Porta Orientale, esta calle llevaba el nombre de
la puerta de la muralla medieval. El Corso Venezia estuvo poblado de escasos edificios y bordeado
de huertos hasta mediados del siglo XVIII, cuando las reformas
emprendidas por María Teresa de Austria fomentaron la construcción de
numerosos palacios, que han convertido a la zona en una de las más
elegantes de Milán.
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