Éxtasis y adivinación: el oráculo de Apolo en Delfos
¿No os parece fascinante la religión griega clásica? Dioses, sacrificios, libaciones, ofrendas, purificaciones, misterios iniciáticos, rituales prohibidos, adivinaciones, ascetismo... Elementos principales de un culto muy difÃcil de comprender, extraño, en ocasiones atroz, pero también puro y exquisito, que hunde sus raÃces en la prehistoria. La religión griega es muy diferente a la nuestra; pero es esa distinción la que nos atrae hacia ese lugar plagado de seres irreales y de historias fantásticas. Hoy os hablaré de un aspecto en concreto de esa religión y la relacionaré con la historia del arte: la adivinación en el oráculo de Apolo en Delfos. Desde los tiempos más remotos, el hombre quiso conocer su futuro; y fue a través de los dioses, a través de su vaticinio, como consiguió tomar el rumbo de su vida. Según Walter Burkert, un gran erudito de la religión y de la filosofÃa griegas, los dioses transmitÃan signos que debÃan ser interpretados: «los signos provienen de los dioses y, a través de ellos, los dioses transmiten indicaciones y orientaciones al hombre, aunque sea de una forma crÃptica. Precisamente porque no hay escrituras reveladas, los signos se convierten en la forma preeminente de contacto con el mundo superior y uno de los pilares de la devoción. Asà ocurre también entre los griegos: dudar de las prácticas de adivinación es incurrir en sospechas de impiedad. Todos los dioses griegos dispensan libremente signos conforme a su gracia y a su favor, pero ninguno tanto como Zeus; el arte de interpretarlos lo confiere su hijo Apolo. Para descubrir la interpretación convincente, más allá de la duda, se requiere un don carismático, la inspiración».
El vaticinio de esos signos se concentraba en los lugares de culto, esto es, en los templos oraculares. AllÃ, el dios procuraba una ayuda (chresmós) a quienes buscaban consejo a través de lo que hoy llamarÃamos un médium, que entraba en estado de éxtasis o delirio (enthousiasmós). Apolo fue el dios de la adivinación y la música en la antigua Grecia y tenÃa dedicados dos santuarios que ejercieron una gran influencia: el de Delos y el de Delfos, con su oráculo. Según Pierre Grimal, «se representaba a Apolo como un dios muy hermoso, alto, notable especialmente por sus largos bucles negros de reflejos azulados, como los pétalos del pensamiento. No es de extrañar que tuviese numerosos amorÃos con ninfas y mortales. AsÃ, amó a la ninfa Dafne, hija del dios-rÃo Peneo, en Tesalia. La ninfa no correspondió a sus deseos y huyó a las montañas. Como el dios la persiguiera, cuando estaba a punto de ser alcanzada dirigió una plegaria a su padre, suplicándole que la metamorfosease para permitirle escapar a los abrazos del dios. Su padre consintió en ello y la transformó en laurel, árbol consagrado a Apolo».
Un fragmento del magnÃfico cuadro Apolo y Dafne (1908), de John William Waterhouse
[Colección privada]
La polis de Delfos, situada en la región de la Fócide, en Grecia, fue uno de los centros de culto más importantes de la penÃnsula helénica en época antigua. Su santuario, dedicado a Apolo, está ubicado en un enclave de gran belleza, pero de difÃcil acceso: a su alrededor se alza el famoso monte Parnaso; hacia Occidente, el profundo valle del Plesto deja paso a la planicie de Cirra, llena de olivos; y hacia el sur, el golfo de Corinto y las primeras montañas del norte del Peloponeso le otorgan al santuario un marco geográfico único, sublime y espiritual que se adapta magnÃficamente al paisaje y que resulta perfecto por su carácter mÃstico. Ese aspecto divino que transmite la región ya atrajo a los primeros pobladores, que la consideraron idónea para rendir culto a sus dioses. Parece ser que antes de la llegada de Apolo se adoró a Gea, la Tierra Madre, cerca de la fuente de Castalia -un manantial que emitÃa unos vapores que provocaban en el oráculo las alucinaciones para vaticinar el destino-. Allà existió el primer oráculo, ligado a esta diosa, que era regentado por la serpiente Pitón. Apolo, que habÃa nacido en Delos, donde se erige otro gran santuario panhelénico dedicado a este dios, estaba destinado a heredar el lugar sagrado de Delfos, asà que, una vez hubo matado a la serpiente Pitón, se hizo amo del oráculo y adquirió el don de la profecÃa.
Las profecÃas de Apolo las transmitÃa una sacerdotisa, la Pitia, que, sentada sobre un trÃpode de oro en el interior del templo, recibÃa las visitas de todos aquellos que buscaban consejo, desde las embajadas sagradas de las poleis más importantes, como Atenas, Corinto, Argos, Olimpia o Mesenia, que buscaban, sobre todo, una orientación en cuestiones polÃticas y militares, hasta ciudadanos privados preocupados por problemas cotidianos. De esta manera, el recinto sagrado se irÃa haciendo cada vez más famoso y rico, debido a las acertadas predicciones del dios y a las inmensas donaciones que recibÃa cada año en forma de exvotos, de tesoros ubicados en la Via Sacra o gracias al pago de la tarifa establecida para consultar al oráculo, que costaba un dracma a cada ciudadano. Según Walter Burkert, «la Pitia era una mujer dedicada al servicio del dios durante toda su vida; iba vestida como una muchacha joven. Después de un baño en la fuente Castalia y tras el sacrificio preliminar de una cabra, entraba en el templo, quemaba harina de cebada y hojas de laurel en la hestÃa siempre encendida y descendÃa al ádyton, la zona a nivel más bajo, al final del interior del templo. Sentada sobre el abismo, envuelta por los vapores que suben y agitando una rama de laurel recién cortada, entraba en trance».
El templo: principal sÃmbolo religioso en la Grecia antigua
El templo fue la muestra más caracterÃstica de arquitectura religiosa en la Grecia antigua. Este edificio, que podÃa adoptar caracterÃsticas arquitectónicas distintas según el lugar donde se erigÃa, estaba rodeado de un témenos, la zona sagrada destinada al culto. En griego, lo sagrado se expresaba a partir de la palabra hierós, un término que ya se conocÃa desde tiempos micénicos y que se aplicaba, sobre todo, a elementos del acto religioso, como al sacrificio propiamente dicho, al templo, a los exvotos o al altar. El recinto sagrado no podÃa ser profanado de ninguna manera, y sólo se podÃa entrar en determinadas ocasiones: para un sacrificio, para alguna festividad en honor a un dios o, en el caso que nos ocupa, para consultar a la Pitia; los sacerdotes eran los únicos que tenÃan acceso, pues se ocupaban de mantener el recinto y asegurar el culto. Si alguien entraba en un lugar sagrado cuando no tocaba, se consideraba que el templo habÃa sido contaminado y, por lo tanto, tenÃa que purificarse, ya que era la casa del dios, un recinto limpio e inviolable. Las nociones de pureza e impureza iban estrechamente relacionadas.
En el interior de este témenos o recinto sagrado se alzaban el templo, los altares sacrificiales o bomoi y, según el grado de riqueza del santuario, se ubicaban los thesauroi, los tesoros ofrecidos por otras poleis, y los anathemata, los monumentos votivos.
El material usado más frecuentemente para la construcción de un templo era la piedra, que podÃa proceder de diversas canteras. Según el lugar en el cual estaba destinada, se usaba una piedra más ligera con tonalidades más claras, o una más dura para los acabados decorativos. El mármol también era un material importante: Atenas poseÃa la magnÃfica cantera de mármol blanco del Pentélico, muy próxima a la ciudad. Las zonas más visibles estaban hechas con la mejor piedra o mármol; y las de menos importancia con materiales más económicos que podÃan recoger en las cercanÃas, pues el transporte de las piedras comportaba un gasto considerable. La madera, por ejemplo, fue muy utilizada en los primeros templos dóricos para la construcción de puertas y entablamientos, pero desgraciadamente no se ha conservado; y la arcilla cocida servÃa, muchas veces, para el recubrimiento del tejado. Otro material muy caracterÃstico fue el hierro y el plomo, que se utilizaban para unir las piedras; y el bronce, también usado para construir pesadas puertas, para decoraciones más elaboradas o para revestir los muros de madera.
Sobre la decoración de los templos: la escultura y los colores eran los elementos esenciales. La decoración escultórica podÃa ser ornamental o figurativa hecha en piedra o mármol, aplicada, normalmente, en forma de altos y bajos relieves o mediante estatuas exentas y acroteras -pedestales que sostienen los adornos-, en los dinteles, en las puertas, en las metopas de los frisos, en las zonas altas de los muros del interior del templo y en los frontones. Los templos primitivos, anteriores al siglo VI a.C. solÃan llevar placas pintadas de terracota. Los temas que se representaban eran mitológicos: dioses, héroes, monstruos y complejas composiciones que narraban relatos mÃticos y populares, como la Gigantomaquia, las Amazonas o los Centauros. La simbologÃa que traslucÃan las esculturas del templo era uno de los atractivos principales, asà como el color. Algunas veces se utilizaban piedras y mármol de colores distintos para crear un efecto cromático; o se recubrÃa con estuco pintado de blanco u ocre aquellas de más mala calidad. La combinación de colores utilizado solÃa ser de fuerte contraste, para crear un impacto visual, y se preferÃan los motivos geométricos y abstractos.
El santuario de Apolo
El témenos de Apolo estaba situado en un desnivel formado por tres terrazas escalonadas. En la zona intermedia se elevaba el gran templo y el altar dedicado al dios, accesible gracias a la VÃa Sacra, constituyendo el centro neurálgico de todo el santuario. Parece ser que en esta misma superficie habÃa el primitivo santuario dedicado a Gea, que fue destruido a causa de la construcción del nuevo recinto sagrado.
En esta área se alzaron, no obstante, diversos niveles de templos, correspondientes a diferentes épocas, que quedaron sepultados a causa de la construcción del templo definitivo, las ruinas del cual podemos admirar hoy en dÃa. El primero de ellos, situado hacia el 600 a.C., era un templo perÃptero -rodeado de columnas en cada uno de sus lados- de estilo dórico, con cella y pronaos, hecho de piedra y con un entablamiento de madera revestido de bronce, que se quemó en el 548 a.C. A causa de este incendio, los arquitectos Agamedes y Trofonio hicieron uno nuevo hacia el 530 a.C., ya de época clásica, gracias a la iniciativa de la familia ática de los Alcménidas, que muy probablemente tenÃa las mismas caracterÃsticas. Estaba formado por grandes sillares poligonales, con una planta rectangular aún arcaica, dividida por una cella y una pronaos. Las columnas sin base de orden dórico sostenÃan el tÃpico entablamiento, con un frontón occidental ricamente decorado: el escultor, Antenor, compuso una cuidada Gigantomaquia en piedra calcárea, donde, en el centro, se alzaban los dioses en posición prominente, expresando la lucha a partir del movimiento. El frontón oriental también estaba ornamentado en mármol con la representación de Apolo sobre una cuádriga, rodeado por las musas y por dos hijos de Hefesto.
Poco más se sabe sobre este templo, que fue destruido por un terremoto en el año 373 a.C. Hacia el 320 a.C., en época helenÃstica, ya estaba construido el nuevo edificio sobre el basamento de sus precursores. La planta, no obstante, poseÃa pocas modificaciones respecto del anterior. Era un templo de 21,64 x 58,18 metros, perÃptero, hexástilo y con quince columnas dóricas en los dos muros más alargados. Estaba constituido por un peristilo -las columnas que rodean el edificio-, una pronaos in antis, un opistodomo in antas y una cella estrecha y alargada, pero muy peculiar: tenÃa tres naves; en la parte norte se alzaban ocho columnas de orden dórico sobre un estilobato o base de nivel superior al del templo; en la del sur, la sucesión de columnas quedaba interrumpida por el ádyton, una pequeña habitación situada al fondo de la cella, no muy bien delimitada actualmente, donde el oráculo daba sus predicciones. Esta sala estaba dividida en dos por un muro que no llegaba al tejado. La persona que solicitaba una predicción se colocaba en uno de los lados sin poder ver a la Pitia, que se situaba sobre un trÃpode de oro al otro lado. Aquà también se conservaba el omphalos, la piedra ritual considerada el ombligo de la tierra y el sepulcro de Dioniso. La Pitia, entonces, daba sus predicciones en verso, según se las transmitÃa Apolo, y los sacerdotes lo interpretaban para el consultante. Se ha debatido mucho sobre qué estimulantes tomaba la sacerdotisa para entrar en tránsito y ponerse en contacto con el dios. Algunos dicen que bajo el ádyton habÃa una corriente de agua sulfurosa, que elevaba sus vapores por una grieta, justo donde se sentaba la Pitia; la composición del terreno, no obstante, no ha dado ningún indicio cientÃfico que lo demuestre. Otros creen que masticaba algún tipo de hierba alucinógena.
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