Frederic Edwin Church: paisaje colosal y exótico

5/26/2014 Anna 0 Comments


¿Sabéis que el paisaje es mi género pictórico favorito? Algunos paisajes transmiten paz, tranquilidad, armonia. Los trazos se llenan de belleza, de sentimientos favorables, de emociones positivas. El sol ilumina el camino que conduce hacia las montañas, o irradia en las hojas de los árboles, que resplandecen con un brillo de colores verdosos. En los paisajes urbanos, nos sumergimos en el ajetreo de la vida diaria o contemplamos serenamente un río que transcurre por la ciudad. Pero también hay paisajes oscuros y melancólicos; paisajes que nos inundan de desolación. Algunos están realizados con trazos vigorosos y enérgicos que nos atormentan, nos producen malestar, una sensación extraña que nos aproxima a los abismos de la naturaleza humana; a las profundidades de lo salvaje, de lo agreste. Afortunadamente, los paisajes de Frederic Edwin Church contagian la inmensidad de la naturaleza en un sentido positivo. Como decía Carl Gustav Carus, dejemos que los pensamientos se extiendan por las vastas regiones de la belleza. Porque... ¿no créeis que, en estos tiempos en los que reina el cambio y el pesimismo, debemos refugiarnos y alejarnos de la realidad a través de la contemplación de cualquier obra de arte que nos produzca placer? Yo, en esta ocasión, os propongo conocer a este genial pintor, integrante de La Escuela del Río Hudson, un movimiento pictórico norteamericano del siglo XIX fundado por Thomas Cole, del cual Frederic Edwin Church fue su primer alumno.

Nuestra bandera en el cielo (1861)
[Smithsonian American Art Museum]

Los miembros integrantes de La Escuela del Río Hudson se dedicaron a pintar paisajes estadounidenses entre 1825 y 1875. Primero de los alrededores del Río Hudson, de ahí el nombre del movimiento pictórico, y más tarde de otras zonas más apartadas de gran belleza natural, como las Montañas Blancas, en el estado de Maine, o las Montañas Rocosas, en el oeste de los Estados Unidos. Como cuenta Ian Chilvers, estos artistas habían estudiado en Europa, y parte de su inspiración provino de pintores de lo grandioso y lo espectacular, como Turner y John Martin. La diferencia era que estos pintores se inspiraron en el paisaje para transmitir su espíritu patriótico, cosa que les aportó una gran popularidad. Muy posiblemente, el cuadro que mejor resume esta tendencia patriótica unida al paisaje es Nuestra bandera en el cielo (1861), donde Frederic Edwin Church utiliza el cielo nocturno y rojizo para representar la bandera de los Estados Unidos. Toda una declaración de intenciones. Y es que los paisajes de esta Escuela, y de otras que derivaron de ella, se enorgullecieron de su patria: de los paisajes que ofrecía. Sus artistas salían de excursión, recorrían las montañas y tomaban apuntes de lo que veían, esbozaban la silueta de los elementos naturales para luego, en el estudio, reelaborar, confeccionar y concluir una pintura que reflejara lo que habían experimentado en el exterior. Esa pintura solía ser colosal, de tono romántico, embellecida por una visión idealizada. Grandes montañas, extensos valles o toques de vida nativa incorporados en la inmensidad del paisaje eran los elementos que formaban parte de la mayoría de cuadros de este movimiento. Frederic Edwin Church se unió a esta Escuela y contribuyó a hacerla aún más grande e interesante. No sólo pintó la belleza natural de su patria, sino que también se desplazó hacia el sur, hacia América del Sur, para pintar su paisaje exótico. Lo sublime de Frederic Edwin Church es, en buena parte, su exoticidad. O sino, mirad algunas de las pinturas que os traigo, como el Paisaje sudamericano (1856) conservado en el museo Thyssen. Este cuadro lo realizó dos años después de volver de Ecuador en su estudio de Nueva York. En su viaje había tomado notas y realizado bocetos que luego plasmó en el lienzo de una manera un poco imaginaria. Fijaos que los elementos que aparecen en este cuadro no se ajustan a la realidad: un puente con una cascada, una iglesia en la cresta de una montaña... Están situados imaginativamente y dibujados con perspectivas diferentes.

Paisaje sudamericano (1856)
[Museo Thyssen-Bornemisza]

A pesar de que sus paisajes sudamericanos no están realizados in situ, nos transmiten una grandeza exótica y fascinante, como un Edén. Para nosotros, ese paraíso también se encuentra en los alrededores de su casa, en los márgenes del río Hudson. Otoño (1875) es una buena muestra de ello. Church pinta un paisaje crepuscular envuelto por la cálida luz de otoño. Esa luz, esa atmósfera cargada, se refleja en el árbol de la orilla izquierda, acentuando sus tonos rojizos, anaranjados y verdes pálidos. Por el contrario, un viaje que realizó al norte nos muestra su contraposición: el paisaje frío y helado; los bloques blancos de los icebergs; las maravillas de la Aurora Boreal -reflejadas en el magnífico cuadro Aurora Borealis (1865), de una belleza sublime y glacial-. Frederic Edwin Church fue un gran pintor, representante de un movimiento que nos legó un tesoro de cuadros paisajísticos en los que lo colosal, lo exótico, lo romántico y lo idealizado se fundían en uno solo. Para terminar, os dejo con una pequeña biografía del artista extraída del museo Thyssen, y con una pequeña selección de sus pinturas.

Frederic Edwin Church fue el primer alumno de Thomas Cole, padre de la Escuela del río Hudson, quien le transmitió su visión alegórica y majestuosa del paisaje americano, que se vio ya reflejada en los primeros paisajes de Nueva Inglaterra del joven pintor. Paulatinamente, las teorías de John Ruskin, del que aprendió que el estudio detenido de la naturaleza era capaz de desvelar las verdades esenciales del mundo, le alejaron de los paisajes moralistas y épicos de su maestro. Los escritos del naturalista alemán Alexander von Humboldt (1769-1859) serían determinantes en su obra. Le enseñaría la armoniosa unidad del universo que Church traducía en unas obras de formato grandioso en las que combinaba unas amplias panorámicas con un estudio casi científico de los detalles. Siguiendo los pasos de Humboldt, viajó en dos ocasiones a Sudamérica, en la primavera de 1853 y en 1857. De los apuntes tomados en esos periplos salieron algunos de sus lienzos más memorables de los volcanes Cayambe, Cotopaxi o Chimborazo. También visitó en varias ocasiones las cataratas del Niágara, otro de los lugares de peregrinación de los pintores del momento.

En 1859 cambió las regiones tropicales por el lejano Norte. Visitó la península del Labrador, Newfoundland y pintó varios paisajes de icebergs. En 1860 Church, que se encontraba ya en el punto más alto de su carrera artística, contrajo matrimonio con Isabel Carnes y compró un terreno con vistas al río Hudson, donde construyó Olana, una mansión campestre de estilo persa donde pasó los últimos años de su vida. En la década de 1870 su éxito comenzó a declinar, y a partir de 1880, aquejado de un fuerte reumatismo, abandonó los lienzos de gran formato y se dedicó a decorar su casa. Cuando murió en 1900 era un artista olvidado.

El corazón de los Andes (1859)
[Metropolitan]

El mar Egeo (1877)
[Metropolitan]

Río de luz (1877)
[National Gallery of Art, Washington]

El Partenón (1871)
[Metropolitan]

Aurora Borealis (1865) 
[Smithsonian American Art Museum]

Otoño (1875)
[Museo Thyssen-Bornemisza]

Paisaje tropical (1855)
[Museo Thyssen-Bornemisza]

Anochecer en la naturaleza (1860) 
[Cleveland Museum of Art]

Amanecer en los Trópicos (1858) 
[Walters Art Museum]

Lluvia en los Trópicos (1866) 
[Fine Arts Museums of San Francisco]

Cotopaxi (1855) 
[Smithsonian American Art Museum]

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