Martin Vivès. Una vida comprometida, una obra libre
Muchas veces, cuando rememoras un lugar que has visitado hace tiempo, te embarga un sentimiento de añoranza y alegría. ¿No sentís vosotros una sensación parecida? A mí me ocurre a menudo cuando pienso en algo que me ha gustado mucho. Por ejemplo, cuando pienso en esta exposición sobre Martin Vivès (1905-1991) que pude visitar en el museo François Desnoyer de Saint Cyprien el año pasado. Confieso que nunca había oído hablar de este pintor. No es un artista francés demasiado conocido actualmente y, sin embargo, sus obras tienen una calidad excepcional. Más que artista francés, quizá debería calificarlo de artista rosellonés (aunque algunos me cuestionarían esta opinión), hijo predilecto de la Catalunya Nord. Martin Vivès nació en Prades de Conflent en 1905, justo en el mismo momento en que Henri Matisse desarrollaba el estilo fauvista en Cotlliure, una localidad costera cercana a Prades. Vivès siempre estuvo muy unido a la tierra que lo había visto nacer. En 1922, estudió en la escuela de arte de la Llotja, en Barcelona, y un año más tarde, en 1923, en la escuela Gauthier de Burdeos. En esta época estuvo muy influido por Cézanne, del que decía que era su maestro: Cézanne mon maître, j'ai ignoré pendant longtemps que je cherchais ce qu'il a trouvé. De hecho, Vivès siempre estuvo al margen de la academia parisina, como también lo habían estado Cézanne y los pintores impresionistas. Eso no le impidió alcanzar el éxito en una sociedad marcada por la guerra.
Martin Vivès, como bien titula la exposición, vivió una vida comprometida, en lucha contra un siglo XX lleno de barbarie. Ayudó activamente a los republicanos españoles durante la retirada de 1939 y fue un miembro eficaz de la Resistencia. Aunque no enfocó su pintura a ilustrar los desastres de la guerra, sus acciones solidarias para ayudar a la población civil merecen una mención: el 26 de enero de 1939, tras la caída de Barcelona a manos de las tropas fascistas, Vivès vio cómo 500.000 refugiados españoles llegaban al Rosellón. Allí se crearon los famosos campos de concentración de Argelers, Saint Cyprien y Perpignan. El artista no dejó de trabajar para liberar a los que tuvieron la mala fortuna de recaer allí, sobre todo algunos de sus amigos pintores: Antoni Clavé, Carles Fontserè, Ferran Callicó, Pedro Flores y Joan Merli. Su vida, como podéis ver, se centró en su pintura y en su compromiso hacia los desastres de la guerra. Dos trayectorias vitales que evolucionaron juntas. Esta exposición, precisamente, intentó mostrarnos estas dos facetas, que no pueden entenderse separadas; no existe una sin la otra. ¿Qué os parece si nos internamos un poco más, ahora sí a través de la exposición, en la fascinante obra de Martin Vivès? Espero que la encontréis interesante.
Martin Vivés. Une vie engagée, une œuvre libre, que tuvo lugar en el museo François Desnoyer de Saint Cyprien entre el 25 de enero y el 12 de mayo de 2014, ofreció a través de un centenar de obras, muchas de ellas inéditas hasta ahora por el público, una visión retrospectiva de este pintor, un homenaje a la carrera de uno de los pintores más conocidos de la escena artística del Rosellón. Sus inicios están marcados por el uso de colores vivos y suaves, fruto de un viaje a Mallorca y de haber conocido a Joaquim Mir, su maestro en la Llotja, un reconocido pintor de paisajes catalán. Sus géneros preferidos, los que trató a lo largo de su carrera artística, fueron los paisajes, las escenas de la vida cotidiana y las tradiciones de su tierra. Aunque podríamos calificarlo de pintor regionalista, pues pintó las montañas del Conflent, las playas cercanas a Saint Cyprien, los cielos de la Côte Vermeille, o las calles de Perpignan, él siempre decía que su pintura tenía una dimensión universal. No obstante, en los inicios de la década de 1940, y debido a la ayuda que ofreció a la Resistencia, su trabajo al aire libre se vio limitado; tuvo que centrarse en producir una obra más íntima en su taller, principalmente de naturalezas muertas. Incluso, en el año 1944, tuvo que esconderse durante 124 días en el desván de una casa. Cuando por fin pudo salir de su confinamiento y clandestinidad, se reencontró con la pintura en toda su fuerza, pintando una serie de acuarelas intensas -el género de exterior por excelencia-.
L'Allée de buis (1932) y Fontaine dans un jardin (1933)
Desgraciadamente, el trauma causado por la Segunda Guerra Mundial vuelve a sumirlo en una total oscuridad. Su pintura entre 1945 y 1950 refleja temores e inseguridades, preguntas sin respuesta e incomprensiones. Los azules, los tonos grises y los marrones oscuros predominarán en sus obras. La visión de un mundo devastado imposibilita al artista aceptar la realidad. No será hasta 1950 cuando Martin Vivès empieza de nuevo a incorporar tonalidades más alegres, más luminosas, en sus pinturas: los marrones se vuelven amarillentos, los azules, más claros, y los grises incorporan tonos rosados. ¡Vuelve el color! Es en esta época cuando plasmará la vida de las grandes playas del Rosellón. Su paleta vibra bajo los rayos del sol, su trazo es simple y enérgico, transmisor de felicidad. El día a día de los pueblos rurales también se vuelve esencial en su pintura: cultivos, carros, fiestas populares... La última etapa de su vida, hasta su muerte en 1991, está marcada por pinturas que rememoran la joya de vivir. Marinas, montañas, días de mercado... aparecen ahora en todo su esplendor. Tras toda una vida de sacrificios, luchas, compromisos y privaciones, ha llegado el momento de pintar en libertad: cuando esa joya de pintar entra en su vida, ya no lo abandona, y la utiliza para celebrar la lealtad a su tierra, para afirmar, tal y como nos dicen en la exposición, que la pintura y la libertad son una sola y única realidad. Y es que la carrera de Martín Vivès estuvo marcada por la estética y la ética, dos características indisociables de su pintura.
Quartier Saint-Jacques (1948)
Le tramway (1954)
Bijou, huile sur toile (1960-1964)
Le marché (1978)
Hommage à Van Gogh (1978)
El Rosellón sería menos rico culturalmente sin Martin Vivès; y Martin Vivès no sería lo que fue sin el Rosellón. Expuso en muchas ciudades del sur de Francia, como Perpignan, Toulouse, Carcasona, Prades, Cabestany, Saint Cyprien, Latour-de-France, Céret y Nancy; también en París y en Catalunya -Girona, Figueres, Igualada, Barcelona-. Para mí, fue una suerte poder asistir a una de sus exposiciones. No sólo porque descubrí a un gran pintor, sino porque lo descubrí en un día muy especial. Fue gracias a la excursión que organizó el CAOC (Cercle d'Agermanament Occitano-Català) a Elna con motivo de la conmemoración de la matanza de inocentes en la catedral de esta localidad en 1285. Saint Cyprien se encuentra justo al lado de Elna, así que aprovechamos para visitar esta exposición, por la cual nos guió su comisario (¡todo un privilegio!). Tampoco puedo obviar la intervención del cantautor Josep Tero, que nos deleitó, en una de las salas de la exposición, con una canción magnífica que me traspasó el corazón. Qué voz tan prodigiosa. Fue un honor para mí haberlo conocido. Un día para recordar, una música para no olvidar, un pintor por descubrir.
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