Herejías medievales (Parte I)
Ya está disponible en La Espada en la Tinta mi nueva reseña. En este caso, no se trata de una novela, como es habitual, sino más bien de un manual de historia medieval, ameno y muy interesante: "Los herejes. De Bogomilo y los cátaros a Wyclif y Hus", de Michael Frassetto. He aprovechado esta reseña para desarrollar aquí un poco más el tema de las herejías medievales. En la segunda parte, cerraré el resumen del libro con los cátaros, los Apostolici, las beguinas, John Wyclif y Jan Hus.
Desde que el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio Romano, la Iglesia pudo, tras tantos años en la clandestinidad, ejercer de manera lícita sus creencias. Sus fieles seguían unos dogmas y unas doctrinas extraídas de las Sagradas Escrituras que constituían el modelo de una vida recta y piadosa. Los textos enseñaban al cristiano la buena manera de proceder para llegar a la salvación y a la vida eterna. Como cualquier otra religión, la institución oficial que ostentaba el poder religioso -en este caso, la Iglesia- guiaba a sus fieles en el camino de la buena interpretación de la palabra de Dios. Lo hacía mediante la oratoria que impartían los sacerdotes en un recinto sagrado. La fidelidad a las enseñanzas que Dios había transmitido cuando se encontraba entre los hombres eran la base a seguir de la doctrina cristiana. La dificultad residía en el hecho de que estas escrituras podían ser reinterpretadas. La Iglesia oficial había impuesto la doctrina que creía correcta y la gran mayoría de creyentes la seguían fielmente. Una minoría, no obstante, vio en las prácticas litúrgicas hechos que, desde su punto de vista, no se ajustaban a lo que realmente decían los textos sagrados.
El bogomilismo
El primer gran hereje medieval, Bogomilo, apareció en la Bulgaria del siglo X. La cristianización de los búlgaros ya había empezado durante el reinado del rey Boris I, a mediados del siglo IX, pero no fue hasta el gobierno del rey Simeón I, en tiempos del Primer Imperio Búlgaro, cuando se promovió una Iglesia ortodoxa búlgara independiente. Bogomilo se dio cuenta de la corrupción de los monjes, del clero bizantino y de la jerarquía búlgara que había accedido al poder. La depravación de la vida monástica, y el comportamiento de sus miembros, fue un factor clave del éxito del movimiento iniciado por Bogomilo, un sacerdote de pueblo que debería haber iniciado su predicación en la comunidad en la que vivía. Sus seguidores pronto formarían un movimiento que se conocería como bogomilismo.
El bogomilismo fue una fe dualista. El dualismo suponía la existencia de dos dioses: uno bueno y otro malo. Para ellos, el diablo había sido el creador del mundo y, como consecuencia de este hecho, el mundo terrenal era maligno: hacía falta rechazar los placeres físicos y materiales. Los dos dioses no eran seres equivalentes y eternos, sino que el diablo también era un ser creado o subordinado a otro dios, que era el verdadero. Esta creencia era conocida como dualismo mitigado. El bogomilismo patrocinaba una vida de pobreza y celibato; una vida monástica. Lo más significativo, o el hecho que más los apartaba de la Iglesia oficial ortodoxa, era que negaban la validez de los Sacramentos -como el agua del Bautismo o el pan y el vino de la Eucaristía-. Como eran elementos que procedían del mundo terrenal y, por lo tanto, creados por el diablo, no eran ni dignos ni convenientes para el culto. Los bogomilitas creían en un Dios celestial, no humano: el cuerpo de Cristo no había sufrido la crucifixión, porque no era real; tan sólo era aparente. De esta manera, Cristo no había nacido de la Virgen ni había tomado carne mortal -a esta creencia se la llama cristología docetista-. Era inaceptable, así pues, venerar la reliquia de la cruz y aceptar los milagros de Cristo; era el diablo quien realizaba los milagros para engañar a la humanidad. También rechazaban a los profetas y a los santos venerados por la Iglesia ortodoxa porque creían que el diablo estaba asociado con el Dios del Antiguo Testamento. Sólo tenían en cuenta las enseñanzas del Nuevo Testamento y las doctrinas de Cristo, las cuales consideraban puras y verdaderas. Incluso predicaron que Juan el Bautista era el precursor del Anticristo.
Aunque la figura de Bogomilo es oscura, por los pocos datos que se tienen de él, fue el iniciador de las grandes herejías que surgirían poco tiempo después en Europa. La versión de la fe cristiana que predicaba atrajo a muchos búlgaros; y el rechazo hacia la Iglesia establecida no sólo dejó una fuerte impresión en Bulgaria, sino también en el continente europeo. Tanto el dualismo como la crítica de la jerarquía eclesiástica señalaron el resurgimiento de la herejía a lo largo del Mediterráneo y anunció su reaparición en la Europa latina por primera vez desde la Antigüedad.
Esteban y Lisois
Una de esas herejías apareció en Orleans durante el siglo XI. Esteban y Lisois eran dos canónigos respetables que predicaban, secretamente, doctrinas influenciadas por el bogomilismo. En su secta -un círculo elitista de clérigos- era primordial la revelación, a través de la cual llegaban al verdadero conocimiento de la palabra de Dios, y la imposición de manos -ritual de iniciación de origen bogomilita y transmitido con posterioridad a los cátaros-. También rechazaban los Sacramentos y las enseñanzas de la Iglesia, y practicaban una doctrina docetista. Para ellos, el Bautismo no limpiaba el alma del pecado, y la Eucaristía era inútil. Un vasallo del duque Ricardo II de Normandía, Arefast, fue el que descubrió esta secta, al infiltrarse como miembro.
Como tantas otras herejías, Esteban y Lisois propagaban una visión personal de las escrituras sagradas que se alejaba de la Iglesia tradicional, a la que criticaban su interpretación errónea. Esteban y Lisois fueron depuestos de su cargo y, junto con los otros miembros de su secta, quemados en la hoguera. Se eliminaban así los primeros rastros del resurgimiento de la herejía. No obstante, ésto sólo reflejaba el inicio de las prácticas heréticas en Europa, que volverían a aparecer con fuerza durante el siglo XII y serían aún más dramáticas sobre la religión y la sociedad medieval.
Enrique el Monje
Según Michael Frasetto, Enrique el Monje fue el auténtico fundador de una alternativa cristiana. Muchas de sus ideas se encontraban en el movimiento de Reforma Gregoriana, el partidario más enérgico de la cual fue el papa Gregorio VII. Era evidente que, desde hacía muchos años, la Iglesia necesitaba una renovación espiritual: hacía falta volver a implantar una vida acorde con lo que decían los Evangelios y luchar contra los grandes vicios de la Iglesia, entre los que destacaban la simonía, es decir, la compra-venta de cargos eclesiásticos; y la poca ejemplaridad del clero. Era necesario volver a la pobreza apostólica y a la pureza sexual o celibato.
Enrique el Monje empezó a predicar en Le Mans esos excesos del clero y a difundir un mensaje anticlerical. En 1135 se encontraba en Arles, y en 1139 en el Languedoc. Era un predicador errante, poseedor de un espíritu reformista y grandes dotes retóricas. Como los bogomilos, también rechazaba la doctrina de los Sacramentos, pero no era tan radical como aquellos: para él, el problema residía en el hecho de quién era la persona que los administraba; por ejemplo, en la Eucaristía. Enrique el Monje quería eliminar el papel intermediario del sacerdote. En el matrimonio tampoco hacía falta un intermediario para dar validez al acto sagrado; tan sólo hacía falta el consentimiento de las dos personas implicadas. El Bautismo, según él, no se justificaba porque el niño no había llegado a la edad de pensar por sí mismo y no podía aceptar libremente la fe ni ser responsable de los pecados que pudiera haber cometido. Evidentemente, si criticaba la intermediación de un sacerdote para la administración de los Sacramentos, Enrique el Monje también era contrario de la confesión. Defendía que los pecados debían confesarse mutuamente, como se hacía en tiempos de la Iglesia primitiva -incluso rechazaba las iglesias como lugar de reunión-. Enrique intentaba crear una nueva interpretación de la fe basada en los Evangelios y en las enseñanzas de Jesús. Exigía una reforma moral del clero, para que vivieran de manera apostólica y no acumularan riquezas ni obtuvieran beneficios económicos.
En 1135, durante el Concilio de Pisa, fue condenado por herejía y confinado en un monasterio, del cual salió diez años más tarde para ir al Languedoc -una región que se convertiría en la protagonista de una de las herejías más difíciles de erradicar del siglo XII, el catarismo-. Su vuelta a la actividad culminaría hacia el 1145, cuando finalmente fue capturado de nuevo y encarcelado, muriendo poco tiempo después. Las predicaciones de Enrique el Monje rebelan un fuerte trastorno de insatisfacción con la Iglesia y sus representantes. La denuncia de los excesos del clero y el rechazo de algunas de sus doctrinas influenciarían a nuevos herejes aparecidos a finales del siglo XII bajo unas nuevas condiciones culturales, sociales y políticas. Será ahora, durante la segunda mitad del siglo XII, cuando aparecerían los movimientos heréticos más importantes de la Edad Media.
Los valdenses
El movimiento valdense apareció en Lyon. Su líder era Valdo, un comerciante católico y practicante, casado y con dos hijas. Un día recibió el consejo de un amigo que le decía que si quería vivir de acuerdo con Dios debía vender sus bienes y darlos a los pobres; de esta manera iría al cielo. Valdo se lo tomó al pie de la letra. Distribuyó sus posesiones entre los pobres y empezó una vida de pobreza apostólica. Sus ideales eran los de pobreza y predicación, lectura de los Evangelios y crítica de los excesos del clero. Sus seguidores -llamados los pobres de Lyon- aspiraban a una existencia a imitación de la de Cristo. De hecho, Valdo, aunque sus creencias no se ajustaban exactamente a las de la Iglesia oficial, siempre quiso la aprobación de la alta jerarquía eclesiástica.
Valdo creía en la Trinidad y en Dios como creador de todas las cosas. Aceptaba el Antiguo y el Nuevo Testamento y la doctrina de los Sacramentos. Por estos motivos se oponía a los cátaros, que predicaban una fe dualista. Debido al auge de los valdenses, se convocó un concilio en Lyon, donde Valdo profesó su fe y se aprobó la ortodoxia del grupo. El problema fue que pronto se produjo la ruptura: parece ser que continuaron predicando en exceso y algunos de los miembros del grupo se volvieron demasiado radicales, predicando sermones anticlericales e incluso adoptando influencias cátaras. Todo esto acabó por provocar la ruptura definitiva con la Iglesia católica y un cambio de orientación hacia las herejías: a partir del decreto Ad abolendam de 1184, el proceso de supresión y eliminación de las herejías pasaría a ser administrado centralmente, y ya no competiría a los obispos locales. La implantación de la Inquisición y el patrocinio de la Cruzada albigense serían los testimonios más feroces de la persecución de las disidencias a partir de este momento. Valdo fue excomunicado, pero el movimiento valdense, que cada vez tenía un crecimiento más espectacular, continuó predicando sin el permiso de la Iglesia. Al final de su vida, Valdo vio como sus "pobres" adoptaban posturas claramente heréticas y agresivas contra el clero, al contrario de lo que él había predicado desde un inicio. Siempre quiso reconciliarse con la Iglesia y devolverla a su pureza evangélica. Prueba de ello fue su compromiso con la doctrina cristiana y su lucha contra los cátaros, a los que consideraba como sus enemigos.
2 comentarios:
Una entrada muy interesante, Beldz. Espero con ganas la segunda parte :)
¡Muchas gracias! No creo que tarde mucho en poner la última parte :)
Estos días he tenido mucho trabajo con lo de la tienda, y estoy un poco desanimada... porque ya estaba lista, pero nos salió un error que aún no sabemos cómo solucionar. No pensaba que fuera tan difícil configurar una tienda online, salen problemas por todas partes. En fin, paciencia :(
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